GARCÍA DE LA MATA

GARCÍA DE LA MATA

martes, 6 de abril de 2010

Relato de la Familia, Parte 2.

Aporte de Francisco Zamora

Como ya se comentó anteriormente, tanto Don Manuel García de la Mata, como Don Ricardo Fernández eran unos prósperos empresarios y comerciantes, tanto es así, que Doña Carmen no hacía otra cosa que procrear hijos, y para ella, versión de mi abuela Rosario, había un regimiento de sirvientes, compuesto por cocineras, recamareras, nanas y nodrizas, que solo se dedicaban a atender a todos sus hijos, esposo y padre.

Según comentaba mi abuela, había dos comedores, uno para los niños y otro para los padres, con el solo objeto de que durante la hora de los alimentos los adultos no se vieran interrumpidos por los hijos en su plática. Según parece, era costumbre que a media tarde Doña Carmen disfrutara, en sus habitaciones, de una taza de chocolate espeso y bien batido, acompañado de confituras, y durante ese tiempo se le daba el reporte de cómo había sido el día de los niños y de como se habían comportado, tanto en la casa como en la escuela, así como de la situación general de la casa.

Esto era como el aviso de que en breve llegaría la hora de la merienda de los menores, para que posteriormente se fueran a dormir, bajo la tutela de sus nanas.
Entre los recuerdos de mi abuela contaba de cómo jugaba con sus hermanos en los amplios patios de la casa. Se acordaba que a sus hermanos, aún siendo hombres las nanas les hacían bucles en el cabello, hasta que un día, Don Ricardo se dio cuenta de que ellos estaban empiojados, y, adiós bucles y cabello. Y que a las niñas les tuvieron que envolver el cabello untado de petróleo, o algo parecido, para desempiojarlas.

También decía que cada fin de semana los sacaban a dar la vuelta, a la Alameda, en el carro más lujoso, tirado por caballos distintos a los animales que se usaban para las actividades del día a día.

También hay anécdotas, no muy claras para mí, de cómo ellos iban a las bodegas de su padre, de vez en cuando, y como jugaban, entre los costales de granos, y con los dulces de colación que estaban en grandes cajones de madera, me imagino que esto acontecía en tiempos de Navidad.

Por todo lo que platicaban, ellos pertenecían a una familia pudiente y próspera, que debieron tener una buena fortuna, ya que Don Manuel García de la Mata, entre otras cosas tenía un juego de cuchillería de plata, con su anagrama en relieve, lo que indica que él debió mandarla a hacer exprofeso, y con algunas excentricidades, tales como que incluía cuchillos derechos e izquierdos, lo que hace pensar que tendría hijos o amigos zurdos.

Los amigos de Don Manuel, en México, lo consideraban como un “libre pensador”, como consta en una dedicatoria del libro “En mis Ratos de Soledad” escrito por don Manuel Márquez de León, editado en México en 1885, mismo que yo conservo como herencia de mí abuela.

Mí abuela también platicaba que sus padres tenían una activa vida social en la ciudad de México, atendiendo de manera más o menos frecuentes a tertulias y fiestas que se daban, básicamente, entre los miembros de la sociedad española radicada en México, y que a veces, ella recordaba que también en su casa se llegaban a realizar este tipo de reuniones.

Quiero imaginarme que la vida de Don Manuel y Don Ricardo transcurrió de una manera cómoda, hasta que empezaron los problemas sociales pre-revolucionarios, en donde ellos vieron mermado una parte (o gran parte) del patrimonio que habían logrado hacer. Don Manuel, no se sabe bien a bien si fallece en 1899 o en 1906 ya que hay 2 esquelas con el mismo nombre, y sin que yo sepa que pasó con el negocio que tenía de la naviera ribereña. Don Ricardo continúa con sus negocios.

Según recuerdo que me contaba mi abuela, durante ese tiempo de conflicto social, su padre escondía el grano en diferentes lugares, inclusive en su casa, ya que temía que le fuera expropiado por los revolucionarios que había en turno en la ciudad de México, lo que hacía que fuera muy difícil de vender, ya que cada facción revolucionaria imprimía sus propios billetes, y cuando un bando abandonaban la ciudad de México, esos billetes ya no tenía valor alguno.

También me contó, que una ocasión Don Ricardo se fue a conseguir grano al centro del país, para tener mercancía que vender, y durante el trayecto de regreso se vino acostado y armado sobre los furgones, junto con sus gentes, para cuidar de sus inversiones, pero por venir cuidando el grano y expuesto al frío y a la lluvia, él contrajo neumonía, lo que hace que él finalmente fallezca.

Doña Carmen, repentinamente se quedó viuda y embarazada de la que fuera su última hija (Carmen, la “tía Mela”), y con muchos hijos que cuidar. Acostumbrada a una vida fácil, llena de comodidades y sin preocupaciones, y con un alto gasto que significaba la manutención de la casa y la familia. Ella, al no conocer el negocio de su esposo, ni como funcionaba, “aparentemente” platica con amigos de la familia (quiero suponer que serían españoles radicados en México), quienes le aconsejan que venda todas sus propiedades y se regrese a vivir a España con la familia que había dejado su padre. Por lo que escuché, ella envió una carta a sus familiares en España, informándoles de sus intenciones, misiva a la que nunca tuvo respuesta. Así pues, Doña Carmen se tiene que quedar en México con sus hijos, sin negocio, y con el poco dinero que hubiera podido tener.

En ese tiempo es donde Jacoba hace su aparición en el devenir de la vida de los Fernández García de la Mata de una manera protagónica, ya que ella es la que empieza a hacer frente a los gastos de la casa y la manutención de los niños. (Reflexionando, sí Jacoba hubiese tomado a su hija Guadalupe, la “tía Pita” y media hermana de Doña Carmen, y hubiese dejado a la ventura y suerte a Doña Carmen y sus hijos, seguramente muchos de nosotros no existiríamos).

Hasta donde yo recuerdo de las pláticas de mi abuela, todo lo que había sido la vida fácil de haber tenido diferentes carruajes, distintos animales de tiro, servidumbre y vida de lujo, se cambia todo por burros lecheros, y todos los días, Jacoba se ve obligada a ir caminando (o en burro) hasta Chalco, Estado de México, para conseguir leche que luego revendería en la ciudad (y creo, sin estar seguro, de que también procesaba algo de la leche en gelatinas, nata, o mantequilla).

Este peregrinar diario hasta Chalco duró mucho tiempo. Me imagino que salía por la noche, para llegar por la madrugada, ó muy temprano, a la hora de la ordeña, lo que le permitía poder regresar a buena hora, para la venta de la leche. Jacoba, por su origen, era fácil que se entendiera con los soldados que había en los retenes de entrada y salida a la ciudad de México, a diferencia que si lo hubiera hecho una mujer española y de la alta sociedad.

Al tiempo, creo que Doña Carmen y alguno de sus hijos, llegaron a acompañar a Jacoba en sus viajes para comprar leche, siendo preciso que doña Carmen se debiera adaptar a un nuevo tipo de vida lleno de carencias y de duro trabajo.
Imagínense, por un momento, a una mujer que hasta nodrizas tenía para amamantar a sus hijos, jalando burros lecheros, para poder sacar adelante a su familia. Eso sí, siempre apoyada y soportada por Jacoba.

Poco tiempo después, doña Carmen fallece, sin tener la causa exacta del mismo.

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