GARCÍA DE LA MATA

GARCÍA DE LA MATA

martes, 6 de abril de 2010

Relato de la Familia, Parte 4.

Aporte de Francisco Zamora

Yo recuerdo al Padrino Paco, como un hombre amable conmigo, pero lo que me llamaba la atención eran sus coches, que siempre eran muy bonitos y grandes, hasta que un día, no se porqué, estando con mí tía Mela, apareció mí tía Pita, y le “informó” que había que cambiarle el coche al Padrino Paco. Mí tía Mela no dijo nada, y al retirarse mí tía Pita, tomó el teléfono, le habló de inmediato al tío Luis, informándole que mí tía Pita quería cambiarle el coche al Padrino Paco. Ustedes pueden imaginar que una petición de la tía Pita no era ni cuestionable, ni negociable, ni de resolución tardía.

Lo que repetidamente recuerdo, eran los famosos 12 de diciembre, santo de la tía Pita. Fin de semana, obligatorio, en el Hotel Vasco de Cuautla, Morelos, sede, que hasta donde yo recuerdo, nunca fue cambiada.

Casi, obligadamente, iba la mayoría de la familia. Gratos recuerdos de esas reuniones, en donde pasábamos, toda la mañana, en la alberca, de agua helada, por cierto, y al llegar el Padrino Paco al área de la alberca, lo hacía con traje de baño, camiseta, calcetines, zapatos de vestir, y, sombrero. Todo un personaje, para ver llegar a esa área. Al medio día, era la comida, en una mesa muy grande, y después la obligada siesta. Los niños, un rato más en la alberca, y a media tarde, todos los mayores se sentaban en el corredor, fuera de sus habitaciones, que eran contiguas, a platicar y nosotros, a jugar y recoger mangos caídos de los árboles, hasta la hora de la cena, y posteriormente, los mayores se volvían a juntar a platicar en el corredor, hasta que la tía Pita informaba que era hora de ir a dormir, y ahí se terminaba el día.

Otro tío que recuerdo gratamente es al tío Luis, un hombre extraordinariamente sencillo, muy amoroso y que no faltaba semana en que no pasara a visitar a su hermana, mi abuela Rosario. Frecuentemente nos sorprendía a mi hermano y a mí, regalándonos soldaditos o juguetes. Me imagino que él le compraba a su hijo Ricardo (Calín), y se acordaba de nosotros y también nos compraba.
Recuerdo mucho la casa del tío Luis, en la calle de Marcos Carrillo, que tenía una pared llena de piedras bola de río (matatenas), que venía a juntar al río Churubusco, y de la que todos fuimos partícipes.

Al tío Ricardo lo traté poco, ya que vivía en Guadalajara, pero cada vez que venía a México hacía una parada obligada para visitar a mi abuela Rosario. Era un hombre excesivamente simpático, y de agilidad mental impresionante, vivía y entendía la vida con desenfado casi juvenil, el tiempo no pasaba para él, y recuerdo las “discusiones” que tenía con la tía Lucia, su esposa y persona por demás agradable, sobre el tiempo en que debían durar las visitas, y su conclusión inequívoca era: sí estoy en familia, estoy en mi casa.

De mí tío José también guardo gratos recuerdos, quien tenía un sentido del humor muy especial, aunque para mí su imagen total era de una persona seria y muy propia. Recuerdo claramente que cada Semana Santa, cuando íbamos a visitar a mí tía Pita, siempre lo encontrábamos y nos daba algo de dinero a mí hermano y a mí, para que fuéramos a la feria que estaba cerca de la iglesia.

Estos son los recuerdos que yo guardo de la familia de mí abuela Rosario Fernández García de la Mata, y solo algunas de las anécdotas de la misma.

Sí alguno de ustedes tiene la curiosidad y el tiempo de leer lo antes expuesto, y nota inexactitudes en el tiempo y hechos, y se quiere tomar la molestia de corregirme, para mí será bienvenida e ilustrativa cualquier acotación, ya sea en nombres o en anécdotas.

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